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sábado, 24 de marzo de 2012

Patata




                                                                                             Leonard Nimoy


Cuando le llegó la hora de elegir oficio, María Petro se decantó por la tienda fotos. Era además droguería y la dueña pensó que además de encargarse del revelado también podía ocuparse del mostrador de vez en cuando; sería una pena desperdiciar un rostro tan bonito. Pronto María Petro empezó a odiar a la gente; no sólo a los que acudían a la tienda en busca de pequeñeces que describían durante horas, sino también a los que salían en las fotos. Con ropa o desnudos, en la playa o en el campo, todos parecían mostrar lo mismo. Veía cinismo en las caras de las fotos y también en las del mostrador de la droguería.
Un día entró una mujer joven. Era guapa, fina. Tenía una belleza sutil; tenía sutileza. Le entregó una vieja cámara de fotos, barata. María Petro sacó el carrete y le preguntó por su nombre para rellenar la ficha. La notó azorada y enseguida supo que escondía algo que querría gritar. Pensó que sería una historia de amantes; estaba harta de  verlas, pero al rato desechó la idea. Era demasiado obvio, y aquella mujer joven era sutil, nunca obvia. Le dijo que se llamaba Clara, le preguntó qué más: López, Clara López...y deseó que se fuese rápido para revelar no el carrete sino su secreto.
El secreto de Clara no fue desvelado con las fotos. En ellas aparecían rostros de mujeres ancianas. Parecía que el objetivo se había fijado sólamente en sus miradas que lejos del cinismo presente en todas las fotos reveladas hasta ese día, mostraban verdad.
Eran dos mujeres jóvenes que parecían buscar lo mismo.
Clara nunca fue por las fotos. María Petro las colgó tiempo después en la pared de su cuarto. Un día, una noche, se despertó angustiada y miró uno de aquellos rostros. No sabe si fue en el duerme vela pero como si del retrato de Dorian Gray se tratara la senectud había dado paso a la nada. Eran fotos vacías. Sentada en la cama quiso comprender el secreto que allí se encerraba y descubrió que el problema de no ver nada radicaba en la forma en la que ella miraba. Cuando se tranquilizó y volvió la vista, allí estaban. Parecían más tristes pero supo ya que era por cómo las miraba.
Siguió revelando fotos en la droguería, siguió viendo cinismo en las sonrisas forzadas.
 Siguió odiando a aquéllos que posan ante la cámara.

domingo, 18 de marzo de 2012

Tarde de sanatorio.


                                                                                                 Shinya Arimoto

Camina sin pensar en los pasos que da pero mientras camina piensa sin parar.
Piensa en su vida de mujer vivida con deseos infantiles sino púberes. A los deseos infantiles los llaman caprichos y a los adolescentes, fantasías. Le gustan las dos palabras y se le antojan antojos. No puede permitirse ni caprichos ni fantasía en su vida. Camina sin pensar en los pasos que da pese a que sabe exactamente cuántos puede dar. No piensa en eso porque es algo que le da seguridad: un número exacto e invariable; inmutable en su paseo vespertino, el mismo en el matutino. No deja de pasear ni bajo la lluvia ni con el sol. No se cubre ni con paraguas ni con visera. Ha asumido dónde está aunque le siga sorprendiendo por qué. No entiende por qué se encierran las emociones y se censura su exposición. No es menos feliz que antes: sólo pasa un tiempo intentando dejar de ser quién es. Y mientras pasea por la rutina diaria recuerda que lo otro, el otro mundo, tampoco era tan distinto a éste; había más disimulo aunque aparentemente más libertad. Una paradoja más.

miércoles, 14 de marzo de 2012

Shinya Arimoto.



Había escrito algo que se borró y ya no puedo recordarlo pese a que sé cómo lo escribió. Decía que a los locos los llaman loquitos, que gustan y que muchas los protegen porque en su tara encuentran ternura, debilidad y sustento mientras que a las locas las rehuyen traspasados por sus impulsos. Algo así decía esa loca linda que apabulla y que lo da todo. No la alcanzan pese a que la rozan. Y sola  se divierte aunque sepa que asusta porque no se puede controlar; no la pueden controlar. Era mucho más bonito lo que había escrito, pero se fue. Yo lo leí y me reí. Tú la ves, desafiante.

martes, 6 de marzo de 2012

DiscorDante.



Los que tienen ya una edad sabrán que la ilusión es algo que viene y va. Ella en vez de entender esto como ley natural, lo siente como triste felonía.
Se siente traicionada por algo que está por encima de las personas y que es su propia naturaleza. Creía conocerse a ella y a sus límites, pensaba conocer toda la teoría acerca de sus comportamientos, pero se ha visto sorprendida por una traición, la de su propia naturaleza.
De natural ella es creativa, y eso es algo que marca todo lo demás. Sus malicias fruto de eso son, de una mente rápida que habla más rápido que la boca.
 Se ha inventado vidas: las que le gustaría vivir, las que no soporta (para conocerlas), las que ha envidiado...Si existir es la versión cutre de ser y de estar, ella no existe.
Hoy me la he encontrado estando y siendo. Asomaba de su bolso La Divina Comedia. Pensé que sería un truco; algo impostado que busca crear efecto. Decidí espiarla. Observé que esperaba a alguien en las proximidades de una iglesia. Pasado poco tiempo, vi sus ojos turbarse al tiempo que echaba mano al libro que antes asomaba. Fue como una contraseña que activó su paso y que hizo que él la siguiera. Me extrañó la seguridad de sus pasos. Tuve que aminorar mi marcha si no quería alcanzarlos. Un pájaro espino sobrevoló mi mente. De ella esperaría que pudiera dar catequesis al cura y poesía al feligrés.
 Los perdí de vista pero ahora sé que en ella la ilusión va y viene  porque es y está.