¿Conoces a alguien a quien le desagrade el olor de su madre?
Parece algo contranatural, tipo aberración. Si le damos la vuelta, sería tipo monstruoso: una madre a quien desagrade el olor de su criatura...
Cuando su novio le dijo que no le gustaba su perfume, sabía que la iba a dejar. Tardaría más o menos, pero llegaría ese momento.
Tenía experiencias previas, con otras personas, donde el principio odorífero marcaba el principio del final. Le pasó con unas compañeras de piso malavenidas: cuando empezaron a desagradarse por los olores (corporales, artificiales, gastronómicos o de ambiente) descubrieron lo deteriorado de la relación.
También le pasó en algún trabajo que al principio olía a gloria y en su final a mierda.
Ella misma se atufaba en algunos momentos.
Volviendo al olor materno, le gusta pensar que es una herencia matriarcal. Las abuelas lo atesoran durante toda una vida y cuando ésta termina se lo pasan a las madres, no sólo para que lo conserven y retengan, sino también para que lo amplíen y personalicen. Así se conforma una esencia que raro es a quien no enganche.
A veces el olor de la criatura recién nacida o en sus primeros años evoca al de la abuela en sus últimos. Teorías de los círculos que se van cerrando a la vez que se abren.
Quizás a las otras personas se las huela sólo por partes: genital a la pareja, posible o real; axilar al compañero, dérmico al otro sexo, doméstico a las familias...
A todos nos gusta oler bien y todos difrutamos oliendo. Cuando el gozo se torna tortura, salta la alarma fragante.
¿La hueles?