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viernes, 11 de noviembre de 2011

On y va.



Este texto trata sobre una mujer que idealiza los lugares efímeros y de paso. Sueña con vivir en un hotel y pasa largas tardes en el aeropuerto.

No sabe cuándo empezó esta afición ni porqué, pero recuerda un día que aburrida de todo decidió entrar en un hotel de preciosas vistas frente a la playa. Se dirigió a recepción y solicitó una habitación con vistas. Notó cómo el recepcionista buscaba su equipaje, y ella resolvió: “sólo me quedaré esta noche, estoy de paso”. Tras subir a su habitación, recorrerla con la mirada y con el tacto y darse una placentera ducha, bajó al restaurante y descubrió el piano bar. Pasó buena parte de la noche allí, imaginándose las vidas de todos aquellos que como ella vivieran la metáfora de la vida en un hotel. El pianista se le acercó para decirle que iban a cerrar, y ella sin poder evitarlo se echó a llorar. Es lo que tienen los lugares de paso.

Cierto día conducía su coche cuando se fijó en una bandada de pájaros que volaban lentos y formaban preciosas figuras en el cielo, gris aquel día. Sintiéndose parte de la bandada, dejó que fueran ellos quienes le marcasen el camino a seguir y cuando se dio cuenta, se hallaba cerca del aeropuerto. Aviones que llegaban y que se iban rompían la imagen de conjunto; inevitablemente habría alguna víctima entre la bandada: la ley de la selva subida al cielo. Entró en el aeropuerto y enseguida se sintió cómoda en aquel lugar de paso. Se sentó en una sala de espera y pasó largo rato mirando a aquellos que llegaban de destinos previamente anunciados. Se imaginó a sí misma portando un gran cartel que anunciara el nombre de aquello que esperaba y comenzó a impacientarse. Allí todo el mundo parecía saber a dónde iba y de dónde venía. Las preguntas filosóficas no tenían cabida en el aeropuerto. Decidió entonces seguir yendo hasta que supiera responder a las suyas. Y sentada allí, en aquel lugar de paso, se echó a llorar porque no sabía lo que esperaba.

Hoteles y aeropuertos eran la misma cara de una moneda. La cruz era la monotonía de los días transcurridos sin preguntas. Lugares de paso frente a lugares comunes.




9 comentarios:

Aka dijo...

Escapar de uno mismo no es fácil, y menos cuando no se sabe porqué ni dónde. También a mi me gusta sentarme en las estaciones de trenes, y dejar llegar y partir vagones. Tampoco sé lo que espero, captar instantes quizás. Detalles.
un abrazo

Rorschach Kovacs dijo...

Me ha gustado. Feliz día apocalíptico.
Beso.

Noelplebeyo dijo...

la vida pasa volando...

Unknown dijo...

me gustaría que no existiese
esa pared con la que chocamos
ser un error de paso
no uno común
ninguna pregunta
pero no seríamos tan humanos
el miedo a irnos seguiría
dejándonos inmóviles
¿no lo hace?
quiero un hotel cada día.

Bird dijo...

Que mujer tan llorona! XD! Que buen relato corto. Leerte es un placer. Yo no me atrevería a interpretar este tipo de escritos, pero cuando escribo me gusta, que las personas a que me leen se identifiquen, en este momento te digo que así fue, me identifique con el personaje, no estoy en mi hogar, y de hecho estoy en medio , de viajeros, viajeros que conocen los cielos donde emigraran.

Marie dijo...

Todo lo que diría suena tan tópico. Me encantaría inventar palabras.

Vuela. Las letras vuelan. Como las personas de los lugares de paso.


Precioso. Como tú.

Advenedizo. dijo...

una melancólica, sin duda.

çç dijo...

Lugares de paso en los cuales los rostros engarzados son la letrina de las ilusiones. No me parece mal refugio.

Bird dijo...

Quisiera pasarte un premio que me dieron, te lo otorgo porque desde que ente a tu blog me ha gustado la narrativa y el orden de las palabras en el. Lee mi entrada de hoy. un abrazo Sara.