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martes, 31 de agosto de 2010

Âme soer



Descubrió dónde residía la elegancia de aquella mujer. La estuvo observando largo rato mientras tomaba un café sentada en aquella terraza. Aquella terraza era como su campamento base para el espionaje. Se parapetaba tras sus enormes gafas de sol, la prensa diaria y el libro de rigor. Desplegaba todo un arsenal sobre la mesa; en la silla de al lado posaba su bolso y cual Mary Poppins iba sacando el tabaco, cerillas, abanico, teléfono móvil (silenciado siempre), cartera, monedero, un prendedor para el pelo, la funda de las gafas...Tras servirle un enorme café, se quitaba también el reloj. Algún día incluso dejaba el neceser sobre la mesa; lo hacía en días de mucho sol, porque necesitaba renovar el bálsamo para sus labios.

Una vez creada la atmósfera de comodidad, tras beber un sorbo de café y sacar un cigarrillo, levantaba la vista al encenderlo y era cuando oteaba el panorama.

Le fascinaba espiar a las parejas, a los solitarios, a los hombres, a los niños con sus padres y a los padres con sus niños, a los camareros, a las damas, a las jovencitas tontas y a las listas...

Ese día, topó con ella. Una dama sin duda. Una mujer de mirada brillante y halo oscuro. Una fumadora compulsiva y una bebedora ansiosa. Tomaba wisky con agua. Consumió dos botellines de agua para cuatro wiskis. Fumaba tabaco negro y nunca le encendía el mechero a la primera. Se desesperaba en ese primer intento. Movía la cabeza negando y cerraba los ojos suspirando. Vestía con un claro estilo masculino: camisa de seda negra y pantalones de pinzas grises. LLevaba un fino cinturón de piel marrón que ceñía su estrecha figura. Su pelo era corto, a lo garçon, y su cuello largo y fino. No llevaba pendientes ni anillos ni collares, pero sí un gran reloj de esfera negra y aires antiguos que no miró ni una sola vez. Si usaba ropa interior, no se notaba. Sus ojos eran oscuros y contrastaban con el claro color de su piel. Siguió escrutándola y repentinamente llegó a ese lugar que llamó tan poderosamente su atención. Iba descalza y descubrió los empeines más maravillosos que nunca antes hubiera visto. Enseguida se imaginó que era bailarina clásica. Una bailarina rebelde que se cortaba el pelo como un hombre y que se concedía excesos etílicos. Una bailarina solitaria que posaba sus pies desnudos en el sucio asfalto de la ciudad. Se la imaginó como a un faquir pisando las brasas. Se entretuvo tanto mirando aquellos empeines y aquellos pies, que cuando volvió a su cara, la estaba mirando. Dora sonrió, y ella respondió a su gesto. Cuando Dora volvió a bajar la mirada, aquellos pies estaban dentro de unos zapatos de salón de color beige y de alto tacón. Sus empeines lucían incluso mejor allí dentro. La mujer se levantó al servicio y Dora vio que sobre la mesa había una carta. El sobre estaba roto, de haberlo abierto con prisa o emoción, y el folio contrastaba con él porque estaba perfectamente doblado a su lado. Volvió a la mesa y alzando su copa le hizo un brindis a Dora; antes de que le diera tiempo a volver a sonreír, la mujer le dijo:

- Tómate una copa conmigo, quiero brindar con alguien. Yo invito.

-Claro, dijo Dora asintiendo.

La mujer se levantó hacia la barra mientras Dora recogía un poco su mesa para hacerle sitio.

Desde la barra le dijo:

-¿Qué te apetece?

Dora le contestó que un gin tonic.

Lo pidió y de la que volvía pasó por su mesa, guardó la carta en el sobre y cogió su bolso.

Cuando se sentó frente a Dora sus ojos brillaban aún más.

-Me llamo Isabel

-Dora

-Encantada

-Igualmente

El camarero le trajo la copa.

-Salud

-Salud.

-¿Qué celebramos?, preguntó Dora directamente

-Que ya tengo quien me escriba


Y mirándose a los ojos volvieron a sonreirse.




lunes, 30 de agosto de 2010

Retour nerveux




Siempre había creído en las teorías telúricas. Sentía un fuerte apego a la tierra, a su tierra. Había nacido en un pueblo con mar, y esas aguas la bañaron hasta que se mudó.

Cuando probó nuevas aguas, se sintió extraña; como cuando vas a un cuarto de baño ajeno.

Su mar era como su casa.

Cuando regresó, nadie la esperaba.

Lejos de sentir su cama como si de su tierra se tratara, no sintió ningún apego cuando en ella se acostó; de hecho la invadió un desasosiego por reencontrarse sola en su lugar de origen. Decidió ir a la playa a la mañana siguiente. Necesitaba bañarse en su mar, sentir que pertenecía a aquel sitio, y verificar las teorías telúricas en las que siempre había creído y que habían servido para explicar porqué no encajaba en ningún otro lugar.



Cuando se despertó , el sol entraba por las rendijas de la persiana, y pensó que el día era ideal para ir a la playa. Desayunó rápidamente, se duchó, metió un libro en su bolsa y se dirigió a su playa favorita.



Cuando el frío volvió a posarse en su piel, se encontró por fin en casa.





Éstos son los fragmentos subrayados del libro que se llevó a la playa aque día:



-(...) cargaba con un pesado equipaje lleno de emociones y se aferraba a las penas pasadas, desempeñando a menudo el papel de chica mona a merced de sus súbitos cambios de humor.

-(...) Las manos de su marido, que ya nunca posaba en su cuerpo, estaban ocupadas alzando un muro.

-(...)Quizá me hay vuelto loca, pero no creo que haya hecho nada malo. Se lo merecía. Quiero pensar que ha preferido irse a algún lugar antes de volver a casa. (tras asesinarlo)

-(...) temía que el autocontrol que se había impuesto hasta ese momento incrementara la violencia de la explosión, pero no podía hacer nada para detenerla.

-(...) De pronto entendió por qué había querido castigarse manteniendo su estómago vacío: para reprimir su deseo de querer ser libre.

-(...) Era libre. Y el mero hecho de pensarlo la hacía aún más libre.

-(...) Los perfumes fuertes se pegaban a la ropa de los clientes y causaban problemas.

-(...) A decir verdad, subestimaba a los hombres. La mayoría no eran más que bestias crueles y despiadadas.

-(...) Te he dicho que me dejes!-exclamó-. No quiero que me mates en un lugar así.

-(...) ¿estar solo es lo mismo que ser libre?

-(...)Adiós- respondió como si ésa fuera la palabra más triste del mundo.

-(...)Lo único que ella experimentó fue pena por un hombre que necesitaba ser odiado para poder sentir placer.


martes, 24 de agosto de 2010

Bon anniversaire



Hoy es el trigésimo segundo cumpleaños de Sara, y por primera vez voy a ser yo quien escriba. No sé si escribir sobre ella o si seguir haciéndolo sobre mí, pero he pensado que le gustaría este detalle. Normalmente no leo lo que escribe porque ya se encarga ella misma de contármelo con profusión de detalles. Además me asusta leer algo que no me guste. Espero que con sus textos aparezca una sonrisa, ya que en mi vida hay momentos muy cómicos. Supongo que otras veces aparecerá una mueca de tristeza o de hartazgo (como la vida misma).
Compartimos muchas cosas. Ella quiere practicar su francés, y le viene genial que yo no pare de hablarle de todo. Supongo que lo que más nos une es nuestra sensibilidad extrema que nos hace disfrutar y sufrir con casi todo. Seguro que hoy que es su cumpleaños estará hecha polvo, y no sólo por lo del inexorable paso del tiempo sino porque también se le hará interminable el día de hoy(esperará llamadas que no llegan, llegarán otras que la incomoden, compromisos difíciles de eludir, compromisos eludidos con facilidad, ausencias que hoy se le clavarán en la barriga, presencias que ausentarán su buen humor...)
Luego habla de mí, pero somos tal para cual.
También ella me contó un día que hace tiempo tenía una amiga, de ésas que se quedan por el camino, que le decía que era su otro yo. A Sara eso le fascinaba. Yo creo que era porque al no tener hermanos nunca tuvo un reflejo de sí misma en nadie. No voy a decir que yo la sienta así, como mi alter ego, pero diré algo que ella recibirá como un regalo, y es que la siento como a una hermana. Cuando hablamos, es como si compartiéramos habitación, cama con cama, liberándonos de cualquier incomodidad. Me encanta cómo fija su mirada en mí, intentando entrar dentro de mis pupilas, cómo me pregunta sin tregua, y cómo me escucha con tal atención que no se le escapa ni el más mínimo detalle.
Sé que al escribir, mezcla cosas suyas y mías, pero también yo al comprender lo que me cuenta uso ese mecanismo: primero lo paso por mi experiencia y visión de las cosas.
Seguiremos conociéndonos a través de todo lo que hagamos, digamos, leamos, escuchemos, toquemos, soñemos...
No quiero descubrir más de ella, que sé que le aterra. Qué tonta! pero teme que eso la haga vulnerable (más) y yo la entiendo.
Mejor que se me conozca a mí, que tengo residencia en París y como seguro que ya sabéis, no me prodigo mucho.

Quid pro quo
Dora.





Porque sé que te gusta, que te enerva...

sábado, 21 de agosto de 2010

Embrasser



Le gustaban los boleros.

Era una antigua; no obstante se había criado con su abuela.

Se acordó aquella mañana de uno que se preguntaba al comenzar que a dónde irán los besos que no damos.

Cuando murió su abuela dejó de besar.

Cuando todavía vivía, Dora ya se lo había preguntado. Ya había pensado qué haría con todos esos besos que fabricaba para su abuela. Era una necesidad para ella besarla y crear esos besos especiales llenos de amor del de verdad; besos que siguió dándole hasta cuando yacía muerta. Le costó contarme esto, porque la emoción aún podía con ella. También a mí me cuesta escribirlo, y espero que a vosotros no lo haga leerlo. Me contó cómo ella estaba a su lado cuando comprendió lo del último suspiro. Me contó cómo la muerte se alejó de la idea que tenía preconcebida, y como gracias a ello le perdió un poco de miedo. Dijo que entendió lo de "llegar la hora", y no como expresión de venganza, sino como de justicia. Cuando comprendió que su abuela había muerto, la acostó en la cama y siguió besándola hasta que la obligaron a separarse de ella.

Desde ese día comenzó a tragarse los besos. No supo muy bien si le había ocurrido como a las madres parturientas cuando se les retira la leche y dejan de producirla, o si de una forma consciente había decidido terminar con esa producción, como cuando los adolescentes dejan de hablar para encerrarse. No lo sabía, pero se preguntaba dónde estaban esos besos que no daba, y si serían como las aguas contenidas tras los diques. Temía que le pasara como a un chico que conoció y al que conquistó. LLegado el momento de besarle, le miró fijamente a los ojos, soltó una media sonrisa y se aproximó imparable a su boca; cuál no fue su sorpresa cuando descubrió que él besaba hacia dentro. Parecía que hacía con la boca lo mismo que cuando se dobla un calcetín. Le dijo que besaba para dentro, que se tragaba el beso. Indagando, descubrió que había dejado de besar repentinamente a la persona que él quería; ella le había abandonado de un día para otro y por otro. Aquella cita ni que decir tiene que acabó siendo una sesión de terapia. Pero volvía a su mente para hacerle pensar que es cuando se precipitan los finales de los besos cuando empiezan a tragarse.

Y lo triste es que esos besos tragados nunca van a salir.

Sin ponerme escatológica creo que Dora intentaba explicarme que es como cuando comes algo delicioso y luego lo expulsas de alguna forma, (nunca la sensación es la misma, aunque haya algo evocador).

Se terminaron los besos de güelita.

Y justo en ese momento comprendió lo que había ocurrido con ellos: se habían convertido en lágrimas. Vertió una y la atrajo hacia la boca con la lengua. Cerró los ojos, y notó cómo se inundaban de esos besoslágrima que le hicieron sonreír recordando a la persona que más había querido en el mundo y con toda su alma.


A mi abuela también le encantaban los boleros.







jueves, 19 de agosto de 2010

Il y a des nuages



Tumbada boca arriba desvió la lectura de su libro hacia el cielo. Pasaban entonces veloces nubes que se iban cruzando con sus pensamientos hasta fundirse en deseos.

Deseó ir montada sobre una de ellas, como en la secuencia de La Historia Interminable lo hacía Atreyu sobre aquella mezcla de perro y nube.

Deseó que la llevara a sobrevolar todos aquellos lugares a los que no se atrevía a ir y también que le permitiera ver todas aquellas escenas que ocurrían puertas adentro pero que a ella le apetecía conocer.

Le apetecía entrar en alguna alcoba para admirar, para aprender, para ruborizarse, para envidiar, para reírse, para comparar...

Sabía que era un deseo inapropiado; que era más propio desear sobrevolar el Taj Majal controlando la velocidad de la nube con sus propias manos; tirando de ella como si de crines se tratara.

Siguió pensando que le gustaba más vivir la vida a través de las vidas de los demás.

Apartó la vista del cielo y se fue hacia la parejita que tenía a su lado izquierdo. Tumbada ella sobre él, se frotaba y restregaba con más picardía que con entrega. El afán de Dora era ver el paquete del tío; sólo por comprobar si disfrutaba con el momento o si era más de su estilo y lo que hacía era molestarle con el calor que hacía.

Entonces siguió pensando, y ya no sólo se vio como una mujer que vive casi tan intensamente la vida de los demás como la suya, sino también como una insoportable a la que le molestaría tener a un tío encima en la playa, sudándole con crema y arena.

A todo esto siguió pensando cuando apartó la vista hacia la derecha ,y entonces vio a un morenazo de casi dos metros, con un cuerpo visto sólo en las revistas, y unos andares que hicieron que sólo pensara en tenerlo encima en ese justo momento. Un hombre bello. Un maromo, un tiazo, un monumento con el que quitarse todos los remilgos y dejarse llevar por el animalismo que emanaba no sólo al andar sino también al mirar.

Llegada a ese punto ya no podía pensar mucho. Se tiró al mar que es el eufemismo de ducha fría en verano y haciéndose la muerta siguió viendo las nubes pasar

(La historia interminable...)



lunes, 16 de agosto de 2010

Attitude



Postureo.

Una palabra realmente evocadora, esa de "posturas".

Ocurre como con tantas otras donde la polisemia obra su milagro, y donde el lenguaje connotativo cobra su dimensión más real y divertida.

Un día llegó al trabajo y dijo que le dolía el cuello. Al ser preguntada respondió que seguramente habría sido de una mala postura. Las sonrisitas malpensantes fueron de su más absoluto agrado.

Otro día fuera del trabajo, una amiga le dijo que ella era su favorita, porque pasaba del postureo de otras. Provocó también su agrado al imaginarse al resto como maniquíes de escaparate.

Pasó por delante de un quiosco y no quiso evitar ojear las portadas de las revistas. Se fijó en aquélla que la había acompañado durante toda su adolescencia, y recordó también cuánto daño le había hecho. Destacaba un titular "Elige la postura que más LE va".

También la famosa frase de su abuela cuando veía esos vaqueros que tan ajustados le quedaban recién lavados, tirados al cesto de la ropa sucia. Le decía "Pero si sólo tienen una postura".

Y odiaba cuando le preguntaban que cuál era la postura que iba a adoptar ante tal o cual cuestión. Y lo odiaba porque normalmente se descubría diciendo la verdad( y cuando esta narradora utiliza "descubría" lo hace aludiendo al sentido completo de la palabra).

Sería para analizar la clasificación alfanumérica que reciben las posturas; pero es capítulo aparte.

Dora se queda con la postura horizontal para descansar, con la lateral para disfrutar del otro y se pone boca abajo para contar confidencias.


sábado, 14 de agosto de 2010

Naufrages

Se fijó en aquella pareja que sentados frente a frente, mientras ella hacía girar su taza removiendo el contenido de la misma; él se dedicaba a apurarla tragándose hasta la última gota.
Parecía que quisiese ella encontrar respuestas en el reposo del café, y que quisiera él terminar rápido con aquellas preguntas de forma líquida.
Se descubrió a sí misma girando la cucharilla de forma rítmica y monótona mientras espiaba el comportamiento de aquella pareja. Bebió un sorbo de té y también comenzó a girar la taza como queriendo marearlo o como queriendo imprimirle ritmo. Le habían echado canela en polvo y no conseguía diluirla; la prefería en rama. Ver cómo flotaba le recordaba a los troncos naúfragos en las corrientes.
Cuando levantó la mirada, la extraña pareja se había marchado. Giró rápidamente la mirada, y llegó a tiempo de verlos en la calle. Parecían discutir. La cara de ella era de profunda decepción, de hastío. La de él emanaba tristeza. Pero el movimiento de sus manos y la actitud de sus cuerpos indicaban la discusión. A los pocos segundos se separaron y cada uno tomó una dirección.
Dora abrió el periódico al azar por una pág ina cualquiera; pasó la vista por los aciagos titulares y recaló en una fotografía. En ella aparecía la extraña pareja. Enterraban a su hija de cuatro años, muerta en el accidente de coche que tuvieron días antes. La noticia narraba todo tipo de detalles sobre el accidente y el funeral. Lo que no decía es que no sólo habían enterrado a su hija, sino que también el amor yacía bajo aquella tierra.
Dora quiso salir corriendo del café y llegar a la esquina donde confluyesen los caminos que tomaron, donde podían chocar el uno con la otra, de tal manera que tuviesen que abrazarse para no caerse; donde se tuviesen que volver a mirar a los ojos para ver que la unión la hace la fuerza contra la caída.
A Dora le invadió una profunda tristeza y cuando volvió a tomar un sorbo del té, no sólo se había quedado helado sino que también el polvo de la canela se había sumergido.

jueves, 12 de agosto de 2010

La mariée cadavérique




Buscó en el baúl de los recuerdos que era el sótano de su casa. Era un lujo para los sentidos y para las emociones encontrar viejos tesoros que pertenecían a tiempos mejores.


En una raída bolsa por los ratones creyó encontrar viejos cortinones que antaño colgaron de la casa de su abuela, de su casa. Con miedo a que un ratón apareciera repentinamente, sacó el contenido de la bolsa, y no eran viejas cortinas,no. Era un viejo vestido de novia. El vestido de novia de su madre. El vestido con el que la había visto preciosa en esas fotos del álbum.


Se quitó los pantalones y la camiseta, y se puso el vestido.


Pensó que lo bello nunca pasa de moda, que la belleza sobrevive a todo.


Se miró en un espejo acoplado a la puerta de un armario; un espejo que apenas podía reflejar nada, ya que había ganado en opacidad con el paso del tiempo. Pero se vio como nunca se había visto antes. Cuando era pequeña, le encantaba disfrazarse, y el de novia junto con el de hawaiana habían sido un clásico en su show. Verse así dibujó una simbólica línea que separaba la niña de la mujer. Pudo haber sido un rito de iniciación en la edad adulta ( o del adulterio), porque sintió que estaba preparada para vivir algo que hasta entonces sólo se imaginaba actuar. Si de pequeña jugaba a disfrazarse, de mayor siguió jugando a ser mujer. ¿Había llegado el momento de dejar de jugar y empezar a vivir como tal? ¿Había llegado el momento de pasar del pantalón corto al largo; del vestido al vestido de novia?


Definitivamente NO.

Recordó entonces que lo que a ella le gustaba era disfrazarse, vestirse, ponerse guapa, bucear en la memoria, emocionarse, arrebatarse...

Estaba guapa con el vestido blanco, pero ella seguía prefiriendo el negro.

(y el rojo, claro)




miércoles, 4 de agosto de 2010

Fièvre rouge

Hoy con el delirio de la fiebre no distingo bien el límite entre Dora y Sara.
A estas alturas supongo que a alguno le pase como a mí: que la odie y que la quiera.
Pienso mucho en su muerte, en su asesinato; y curiosamente no tengo valor para matarla yo misma. Será como dice alguno de mis detractores que nunca le doy la cara a los problemas.
Alguna vez oigo o leo lo que no os gusta de Dora, y he de deciros que precisamente por ser imperfecta me gusta a mí. Claro que me toca los cojones su falta de iniciativa, que no aproveche las oportunidades, que diga siempre que no, que viva hacia dentro...pero la siento humana y la siento bella.
Dora llegó a mi vida por casualidad, quizás portase una linterna roja, el color que siempre la acompaña. Decidí pasear un ratito con ella, incluso saltamos franjas-zanjas juntas. También imaginamos atardecederes extremeños y nos reímos de todo el mundo. Conocimos gente Clara y bilingüe. Compartimos momentos y me erigí en su narradora. Hemos sido cómplices y puede que volvamos a serlo de asesinato algún día.
Imagino una lucha donde sobrevive y yo, malherida, escribo con sangre en las manos, el honor que supone luchar con digno rival.
Dora y Sara.
Sara y Dora.
Un quiasmo poético, un paralelismo real...


lunes, 2 de agosto de 2010

Macédoine



Se sentó frente a la ventana y se quedó mirando el paisaje.

Veía árboles frutales; se fijó en un melocotón verde que colgaba de una rama, y pareció sentir de repente el roce de su piel. Una piel peluda pero suave.

Desvió entonces su mirada hacia el limonar, y vio cómo un racimo resistía los envites del viento.

También pensó en él, que como el limón, refresca y amarga.



Caían a montones las manzanas del árbol. Deseó morder una como alguna vez hincó sus dientes en él.



Las ciruelas maduras se agolpaban en una caja junto al árbol; pegadas y rojas como estuvieron sus bocas un día.


Persistían las flores de las enredaderas. Se abrazaban a la pared como cual clavo ardiendo lo intentó ella con él.



Él le decía:- Me encanta cómo me abrazas

Ella le respondía:- No te abrazo, me aferro


Y así,igual que las frutas lo hacían a las ramas así lo había hecho ella; e igual que las frutas que se aferraban a las ramas, se había caído violentamente también.


Su cabeza debió golpear el suelo, porque le duró la conmoción; sus piernas se dañaron también, porque perdieron soltura a la hora de abrirse; algo se le debió de meter en los ojos, porque no veía con claridad; y sus brazos perdieron la fuerza para alguna vez volver a aferrarse.