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miércoles, 29 de septiembre de 2010

Impulsion



Su corazón acelerado le recordaba las pulsiones de la vida.

Luchaba contra la velocidad cardiaca con la farmacología, pero como si de la lucha entre la
medicina occidental contra la tradicional china se tratara, no había remedio válido que calmara su ritmo.


Transitaba entre el placer las de las emociones y la angustia de las sensaciones.


Me envió un mensaje a mi teléfono avisándome de la emisión de una de sus películas favoritas. Me escribía: "Estoy sentada frente a la tele pero ya comienzo a elevarme. Empieza 2046"


Cuando hablamos, se apreciaba torpeza en su discurso; ella se disculpó por la emoción. Me decía que quería volver a ver la peli pero esta vez sin sonido, sólo las imágenes. Que después la volvería a ver quitando la imagen, que vería a través del sonido. Y que después la volvería a ver como la vio por vez primera; con la única compañía de su emoción.

Tras decirme esto, se disculpó avergonzada por su discurso apasionado; pero yo la invité a que siguiera porque me estaba contagiando.

Me dijo que cuando me había enviado el mensaje ya se tapaba con la manta la boca para no gritar del gusto que le daba, y que se le llenaron los ojos de lágrimas ante el fotograma del pintalabios corrido en la boca, que todo su cuerpo se ponía en tensión con cada una de las canciones y que al principio le costó concentrarse en los diálogos porque se colgó de las imágenes. También me contó que no pudo evitar recordar a aquél que le había descubierto 2046, aunque nunca hubiesen pisado juntos la habitación de un hotel. Que quería renovar todo su vestuario para llenarlo de quimonos de seda, y que nunca más ansiaría estar negra; empezaría a bendecir su palidez. Que Singapur le sonó la palabra más bonita de la geografía y que no quería estar en casa en navidad. Que había asistido a un espectáculo poético con el corazón sonándole en la boca y palpitándole en la barriga. Que le costó conciliar el sueño, pero que una vez más se había conmovido profundamente ante la belleza.



Sonreí ante su vehemencia.




domingo, 26 de septiembre de 2010

Quelle coïncidence




LLoraba cuando pensaba que no volvería a ver a aquel hombre que había amado.

Dando una vuelta en autobús se encontró frente a aquel edificio en el que había gozado haciendo el amor cuando a los 17 años ya pensaba que los placeres carnales no habían sido creados para ella.

Ya en aquellos tiempos se imaginaba que sólo podría llegar a enamorarse de aquél que la hiciera disfrutar de amor.

Encontró sin quererlo un denominador común entre aquel chico de sus 17 que tanto la hizo llorar y aquél último de sus 30 que ídem de lo mismo. Con ellos se había reconciliado con el sexo.

Desde la ventana del autobús miraba aquella ventana de una casa que distaba apenas 15 minutos de la suya y recordó aquélla otra en la que también había amado a 1000 kilómetros.

No volvería a ver a aquél del que le separaba tierra por el medio igual que no había vuelto a ver a aquél que había sido su vecino.

Si Dora fuese una persona positiva y optimista vería en la no visión una ventaja para ayudar al olvido. Pero Dora no sólo no es así sino que además es romántica y sentimental, y siente dolor al pensar en no volver a cruzarse nunca con la cara y la mirada de aquél que un día la hizo sentir mujer entre sus brazos mientras ella sollozaba tras haber explotado de placer.

Las casualidades no existen para ella, y no se volverá a encontrar con ellos porque aunque son distancias diferentes vuelven a tener un denominador común que los iguala: ambos se distanciaron de ella para siempre alejándose hasta desaparecer.

Y si en un arranque de infantilismo mira la lista de chicos, de hombres...que pasaron por su lado, se dará cuenta de que sólo lamenta no volver a ver a aquéllos con los que disfrutó del sexo, es decir, aquéllos a quien amó. Verá entonces cómo esa lista empequeñece hasta lo mínimo y no sabrá si alegrarse o apenarse por no saber lo que es amar.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Révolution et guillotine




Detrás de "paz y amor" hay un infierno.

Tras "haz el amor y no la guerra" hay aburrimiento.

LLegado el momento, escuchado lo que hay que oír, visto todo lo que se ha tenido que ver y aguantado más de lo estrictamente necesario, toca dar con el puño sobre la mesa y dejar de cagarse para empezar quizás a cagarla, pero a hacer algo.

En el jardín de Dora no crecen " flowers power", se asemeja más a un jardín japonés lleno de piedras que tiraría sobre quien ose querernos hacer pasar por gilipollas.

Se tapa la nariz para no respirar "Love is in the air" porque hasta las mismas narices está de olerse la que nos quieren armar.

Sabe que "All you need is love" se lo puede cantar la tuna a quien le sobre, porque a los que les falta se conforman con salud y trabajo (por dinero, no por amor al arte).

Quizás se disfrace de hippie en el entierro por los derechos y el respeto del ser humano.


domingo, 19 de septiembre de 2010

Chien policier



Un día le pregunté qué era lo peor y lo mejor de ser hija única.

Sabía que era para ella un estigma que había marcado fuertemente su personalidad.

Respondió como suele hacerlo, con naturalidad y contundencia:

-Lo mejor y lo peor es sentirte única.

Estuvo un buen rato contándome cómo los celos habían aparecido en su vida y habían devastado su autoestima.

Sorprende ver a una mujer así flaqueando de inseguridad, convirtiéndose en una niña que teme que la abandonen.

Recuerda la escena en la que le pidió a aquel novio, recién llegados a una fiesta, que no la dejara sola, y como al poco rato, ella había desaparecido con sus nuevas amigas. Cuando la encontró, él le reprochó su ausencia, y ella enfadada le pidió su próximo regalo de cumpleaños: una correa de perro de esas extensibles.

Sabe de sobra que si hubiera ocurrido al revés ella se habría enfadado mucho con él, pero no le permite a él ese enfado.

A partir de aquel día se empezaron a tener miedo: él a que ella lo dejara, y ella a que él la conociera.

Los vaticinios se cumplieron y la dejó él.

Hay vergüenza en sus palabras recordando su historia, aunque no puede evitar una risilla de malicia.

Siente celos pero no deja que los sientan por ella.

Siente celos sistemáticamente cuando nota que el cariño o la atención que atesora se desvía. Y también siente envidia del nuevo foco de atención.

Le ocurre con su familia, con sus amigos, con sus compañeros y con sus novios.

Me dice que está segura de que también le ocurrirá conmigo en cuanto le cuente que he conocido a alguien que tiene muchas cosas que contar. Ahí le rebato que puede que se canse ella primero. Y con la naturalidad y la contundencia que la caracteriza, se ríe y me dice:

-Tienes razón.


Yo la entiendo y la quiero.




jueves, 16 de septiembre de 2010

Abstinence



¿Qué tendrán los colegios de monjas de donde salen las niñas más putas pero más finas?

Cuando Dora era pequeña quería ser monja. Pensaba que era la única manera posible de ayudar a aquéllos que no tenían nada. Además era buena. Y además su abuela, cuando le dolía la barriga, le hacía la señal de la cruz sobre la tripa hasta que se le pasaba; también le hacía una manzanilla. En Semana Santa lloraba viendo a un hombre al que clavaban en una cruz después de someterle a vejaciones e injusticias. Además era un hombre muy guapo; flaco y con el pelo largo, como le siguen gustando. Hizo la comunión, y para ella significó una de sus primeras incursiones en el mundo artístico, ya que la ceremonia fue un auténtico musical. Cantaba todas las canciones con la boca bien abierta, a pleno pulmón, disfrutando. No le daba más sentido a todo aquello. Le gustaba Jesús por flaco, por melenudo, pero sobre todo por atormentado.

Su inocencia fue cediendo, y con ello las creencias desapareciendo.

La Literatura, los indígenas y la realidad hicieron que ya no quisiera ni ser monja, ni creer en dios. También la ciencia, que le explicó que si funcionaba lo de la señal de la cruz en la barriga es porque le ayudaba a expulsar gases.

Tampoco sabe exactamente cuándo dejó de ser buena, pese a que prometió en la puerta de una iglesia que lo iba a ser. Menos mal que lo hizo a la puerta y con los dedos cruzados.

En lo que más se parece a una monja es en su vida sexual, y eso pese a haber estudiado en un colegio de monjas.


viernes, 10 de septiembre de 2010

Histoire ¿naturelle?

¿Qué significa descubrir que tenemos una historia?
Abrir los ojos como atentos espectadores de nuestro pasado. Espectadores que buscan respuestas en lo que han sido y vivido para explicar lo que son y lo que viven.
Haciendo limpieza en su cuarto encontró sus diarios de niña. Comienzan a los once años y perduran hasta los veintidós. Para una mujer amante de las letras es emocionante ver la evolución de su letra. Una caligrafía que cambia como cambió su cuerpo, se va estilizando con el tiempo con trazos firmes y líneas sinuosas. También emociona la inseguridad ortográfica y un vocabulario sin salpicar de picardía. Llama la atención cómo en cada época (bien diferenciada por episodios cronológicos y pausas) se percibe una aparente seguridad de haber llegado a la meta. Cómo se plasman desengaños prematuros como huellas fijas que han de marcar su camino. Cómo se intuyen los amores incipientes y se retratan amores infinitos. Leyendo sus diarios se imaginó como si de su propia nieta se tratara y estuviera descubriendo los secretos de familia. Derramó alguna lágrima ante la evocación de sentimientos olvidados, de personas traspasadas y de ridículos transcritos. Soltó alguna carcajada ante su imagen de niña chica. Bailó sentada al ritmo de la discoteca antes transitada...
y se envolvió de nostalgia, de ternura, de pena...
y pensó si eso es la Historia.
Se horrorizó repitiendo pautas que parecen sorprenderla mucho en sus primeras veces, y que ahora ha interiorizado como movimiento natural.
Se encontró escribiendo sobre la muerte cuando apenas comienza su vida.
Se ve corriendo tras el Amor. Persiguiendo quimeras.
Su vida se juega en los tiempos de una partida de ajedrez. Ella mueve ficha y espera mientras que el tiempo corre viendo cómo se consume con la ansiedad de ejecutar el próximo movimiento.
Dora se ha dejado envolver por los recuerdos y ha disfrutado hurgando en su propia historia.
Ha utilizado la llave que con tanto mimo un día guardó alejándola de curiosidades ajenas.
Ha sucumbido a su curiosidad, y ha caído en su propia trampa.


miércoles, 8 de septiembre de 2010

Cinéma d'auteur



Nunca iba al cine, pero fantaseaba con hacer el amor en uno.

No quería que fuese el aburrimiento el que impulsara la pasión. Prefería que surgiese de la inspiración provocada por una escena, o de la emoción contenida tras un diálogo definitivo, o de la sugestión de un primer plano, o de la banda sonora que acompaña toda una vida.

Viendo sola una película en casa, se imaginó ese momento; cuando aparecen los créditos finales de la película y el tema principal. Cuando por primera vez cruzan sus miradas después de haber cruzado respiraciones durante la cinta. Ese momento de encuentro de emociones y de sensaciones, embriagados por el arte y conmocionados por la belleza. Impactados por la interpretación y tocados en la sensibilidad. Descubrir eso en el primer cruce de miradas y lempezar a hacer el amor con los ojos. Volver a conectar la respiración sin dejar de descubrir la mirada y alzar una mano para posar una caricia. Notar una piel ligeramente sobresaltada todavía, y unos labios fríos que saben a calor. Besarse al ritmo de la banda sonora, con los ojos cerrados creando fotogramas de final feliz. Buscar el abrazo en la incomodidad de una butaca que se antoja pequeña para dos pero donde se encuentra el bienestar de estar bien. Querer rodar por un suelo enmoquetado y encajar en un sitio recogido de miradas indiscretas, mientras la música sigue sonando al compás de la respiración jadeante de los amantes.

Derramar una lágrima cuando se presiente el final.

Dejar de un lado el tempo cinematográfico y volver al real para subirse las bragas e intentar pasar lo más desapercibida posible a la salida de la sala con la cara llena de rubor y el ánimo muy alterado.

Quizás si se pudiera fumar en las salas iría más al cine.



domingo, 5 de septiembre de 2010

Folie


Hablando de genes...¿Por qué los malos tienen tanta fuerza que perduran generación tras generación haciéndose incluso la marca de la casa, la denominación de origen?

Cuando se dice que todo se hereda menos la hermosura, Dora supone que se refieren a eso.

¿Qué hace que lo malo se traspase con tanta facilidad y toque a casi todos los implicados, y lo bueno sea sólo la fortuna de unos pocos elegidos?

Contra ese tipo de determinismo, ¿se puede hacer algo?

En su familia paterna había un mal y desgraciadamente lo sigue habiendo. Pocos eran los que perteneciendo a esa rama no estaban tocados, y ella creía que lo que pasaba es que lo disimulaban, no que no lo padecieran; porque mientras uno es joven se disimula todo mejor.

Y porque la locura en un joven incluso es atractiva.

El problema se acentúa cuando nos vamos haciendo mayores.

Y además no es sólo el problema de uno, sino de todos los que lo rodean.

Cuando mira los ojos de su abuelo, o los de su padre, no teme su locura; teme su propio interior palpitante.

La palabra "control" se torna obsesión, y sólo se permite perderlo por rachas.

Se autoimpone un control sobre su cuerpo y mente digno de un asceta o de un espartano.

Las barreras de contención están a punto de ceder.

Y tiene miedo, porque le asusta mucho de dónde viene y a dónde puede llegar.

Por suerte no cree demasiado en los determinismos, pero por desgracia sí en la fatalidad.




sábado, 4 de septiembre de 2010

Mirage


Inspirar o ser inspirada.
Activa o pasiva.

Observar o ser observada.
Paciente o impaciente.

Conmover o ser conmovido.
Femenino y masculino.

Piano o arpa.
Tacto u oído.

Mares u océanos.
Bien o mal.
Ser o estar.

Ni le gustaban las disyuntivas ni las parejas. Aunque prefería los números pares sin gustarle nada los números.
Se entretenía con estos pensamientos y los escribía en servilletas de papel cuyo destino final era el fondo de su bolso o entre las páginas de algún libro.
Se aburría cuando no había nadie a quien mirar, cuando no había nadie a quien admirar.
Se descubrió a sí misma mirando su reflejo en el cristal de la cafetería. Se guiñó el ojo y se le escapó la risa. Debían de ser las reminiscencias de los solitarios juegos infantiles frente a un espejo.
Esa tarde se sintió un espejismo de sí misma.