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domingo, 30 de enero de 2011

Démiurge



Es una historia muy triste. Quizás al final logre darle la vuelta o lo logres tú, pero es una historia muy triste. La protagonizan el abandono, la dejadez y la ignorancia. La padecen personas a las que un día se apartó de la circulación por pequeñas taras que les hacían subnormales.
Entrar en su mundo le dio una bofetada en la mejilla izquierda y un beso en la derecha.
Mongolia bien podía ser un paraíso.
Aquellos hombres y mujeres que un día fueron niños, bebés, se afanaban en sus tareas con ahínco; concentraban su atención en el trabajo que desarrollaban eficientemente. Un grupo arreglaba una suerte de jardín japonés colocando las piedras con un mimo digno de quien manipula porcelanas. Diseñaban un caminito de líneas quebradas que terminaban en un seto recortado como salido de un cuento. Le sorprendió que no hablaran mientras lo hacían, tal era su concentración. Se sentó en un banco al sol mientras los observaba y entonces se dio cuenta de la historia de amor que se vivía y que daba sentido al jardín japonés. Cada vez que él colocaba la última piedra de una serie, se producía un ritual. Él empleaba más tiempo para esa piedra que para las demás, y tras colocarla la miraba. Ella respondía a esa mirada con una sonrisa limpia e ilusionada, y una vez que él volvía al montón para proseguir con el diseño, ella se acercaba a la última piedra colocada de la serie. Se agachaba, la levantaba y encontraba el tesoro. Iba dejando para ella pequeñas letras que conformaban un mensaje. Se enteró que no hacía mucho que habían aprendido a leer, y que el método utilizado fue ir juntando letras que primero recortaban de periódicos y revistas. Él no se conformó sólo con aprender a leer,
sino que también quiso escribir para ella. Todos sabían de sus mensajes porque luego se leían en el taller, y suponían un motivo de arrobo para todos. Los colgaban de un corcho en la pared que te recibía al entrar. Casi todos eran mensajes cursis de amor, pero uno le llamó especialmente la atención: “tendremos un hijo”.
Se quedó helada en ese momento. Se había dejado llevar por el momento romántico que le había colgado una tonta sonrisa en la boca. Todo le parecía inocente, casi infantil. No se había percatado de que los protagonistas de esa historia no eran niños, sino personas con pulsiones adultas. Pronto se enteró de que aquella historia de amor como toda buena historia de amor que se precie suscitaba polémica y todo el mundo opinaba sobre ella. Había quienes se oponían frontalmente a que fueran padres argumentando la vida tan perra que le podía esperar a esa descendencia: una más que segura discapacidad, una orfandad temprana, limitaciones...Otros, por el contrario, defendían ese posible embarazo como movimiento natural de aquella relación. Le volvió a parecer una historia muy triste. Se giró para encontrarse de nuevo con la sonrisa de ella, con la mirada de él.
Ya no estaba tan segura de que Mongolia fuese un paraíso.
Ahora lo que veía era cómo sus vidas estaba en manos de los demás, personas que podían decidir sobre su voluntad y que quizás debían.
Se apenó aún más cuando se enteró de que los protagonistas de esta historia de amor fueron hijos abandonados, niños aislados, jóvenes apenas educados y siempre marginados por intuírseles una diferencia a la hora de percibir y de entender la realidad.
El mensaje sepultado bajo las piedras era la expresión más sencilla y pura del amor: “Te quiero”.
Se fue de allí sin saber si había estado en el infierno o en el paraíso.
Un lugar más o menos igual al mundo en el que ella vivía.


7 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Es Mongolia y la construcción del jardín japonés por excluídos sociales, tu blog?, Chère Dora,¿es eso lo que te apena, nuestra intervención? Lo dudo, pero prefiero preguntarte.

Clara dijo...

Precioso, tierno, triste, esperanzador.
Se ve que es un tema con raices, del que va saliendo su tronco y seguro que dara sus frutos, agridulces y jugosos, con su propia semilla. Semilla de futuro.

Sara dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Sara dijo...

Cher anónimo, la respuesta es no. Y a la primera pregunta, pues no sé qué contestar, sinceramente,Supongo que no también.

Clara, no sé si habré expresado lo que quería expresar. Me suena algo rimbombante. El tema, los temas...son complejos.

un beso

Anónimo dijo...

De ser negativas tus respuestas, entonces viva el himno "Soñaremos Juntos".Un beso

FOLIE dijo...

Me parece tan vital que no puede ser más que hermoso, aunque (como todo lo que vive) pueda ser polémico o contradictorio.
Quizás escriba sobre los hijos de la locura a los que ahora cada mañana miro a los ojos, y cómo cada padre es suficiente y necesario, por muy lejos de la realidad que esté...

Un beso!

Sara dijo...

Es un punto de vista, el tuyo,muy interesante y siempre discutible.
Me horroriza cuando los padres son la tutela del estado, o de la caridad y los hijos se han convertido en "enfermos" por dejadez.
Tema complejo y duro, muy duro.
Un beso grande, Folie.