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martes, 18 de enero de 2011

Roman



Era una tienda de ésas de toda la vida. La poblaban maniquíes inexpresivos y mobiliario industrial. También en los últimos tiempos colgaban de sus perchas indumentarias aptas para fantasías cutres. Era una tienda de un barrio lejano al suyo, por el que pasaba siempre en coche y no muy a menudo, pero siempre que lo hacía se veía obligada a parar frente a ella; tal era el tráfico y las señales siempre respetadas (no obstante, en ese lejano barrio se ubicaba una de las autoescuelas más populares). Y sí, se respetaban las señales. Y sí, ella no sólo lo hacía con el ceda al paso. Aquel escaparate era una señal. En su época más fantasiosa, soñaba con ser escritora. La poesía fue al principio, la prosa fue definitiva. Una novela era el novamás de la creación literaria; el ejercicio perfecto. Dos fueron sus ideas: el maniquí viviente y la mentirosa patológica. Mirando el escaparate descubrió la autobiografía. Lejos estaba del ejercicio perfecto...



Y siguiendo con el recuerdo nostálgico, evocó a aquél que como herencia le dejó una grabadora confiando en la buena idea de sus dos únicas ideas. Ella nunca la utilizó porque no hizo falta para que aquello quedara grabado en su vida como una historia romántica más con final.


2 comentarios:

José Luis Moreno-Ruiz dijo...

Me gusta la calidad de florete que tiene tu prosa. Delicadas pero contundentes incisiones para perfilar bien las remembranzas.
JL

Sara dijo...

José Luis, muchas gracias. Recibo tus palabras como un honor, y el gusto es recíproco. Te leo y te disfruto.
S