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sábado, 21 de agosto de 2010

Embrasser



Le gustaban los boleros.

Era una antigua; no obstante se había criado con su abuela.

Se acordó aquella mañana de uno que se preguntaba al comenzar que a dónde irán los besos que no damos.

Cuando murió su abuela dejó de besar.

Cuando todavía vivía, Dora ya se lo había preguntado. Ya había pensado qué haría con todos esos besos que fabricaba para su abuela. Era una necesidad para ella besarla y crear esos besos especiales llenos de amor del de verdad; besos que siguió dándole hasta cuando yacía muerta. Le costó contarme esto, porque la emoción aún podía con ella. También a mí me cuesta escribirlo, y espero que a vosotros no lo haga leerlo. Me contó cómo ella estaba a su lado cuando comprendió lo del último suspiro. Me contó cómo la muerte se alejó de la idea que tenía preconcebida, y como gracias a ello le perdió un poco de miedo. Dijo que entendió lo de "llegar la hora", y no como expresión de venganza, sino como de justicia. Cuando comprendió que su abuela había muerto, la acostó en la cama y siguió besándola hasta que la obligaron a separarse de ella.

Desde ese día comenzó a tragarse los besos. No supo muy bien si le había ocurrido como a las madres parturientas cuando se les retira la leche y dejan de producirla, o si de una forma consciente había decidido terminar con esa producción, como cuando los adolescentes dejan de hablar para encerrarse. No lo sabía, pero se preguntaba dónde estaban esos besos que no daba, y si serían como las aguas contenidas tras los diques. Temía que le pasara como a un chico que conoció y al que conquistó. LLegado el momento de besarle, le miró fijamente a los ojos, soltó una media sonrisa y se aproximó imparable a su boca; cuál no fue su sorpresa cuando descubrió que él besaba hacia dentro. Parecía que hacía con la boca lo mismo que cuando se dobla un calcetín. Le dijo que besaba para dentro, que se tragaba el beso. Indagando, descubrió que había dejado de besar repentinamente a la persona que él quería; ella le había abandonado de un día para otro y por otro. Aquella cita ni que decir tiene que acabó siendo una sesión de terapia. Pero volvía a su mente para hacerle pensar que es cuando se precipitan los finales de los besos cuando empiezan a tragarse.

Y lo triste es que esos besos tragados nunca van a salir.

Sin ponerme escatológica creo que Dora intentaba explicarme que es como cuando comes algo delicioso y luego lo expulsas de alguna forma, (nunca la sensación es la misma, aunque haya algo evocador).

Se terminaron los besos de güelita.

Y justo en ese momento comprendió lo que había ocurrido con ellos: se habían convertido en lágrimas. Vertió una y la atrajo hacia la boca con la lengua. Cerró los ojos, y notó cómo se inundaban de esos besoslágrima que le hicieron sonreír recordando a la persona que más había querido en el mundo y con toda su alma.


A mi abuela también le encantaban los boleros.







2 comentarios:

Cova dijo...

Lamento la perdida de Dora.Cuando se está tan unido a una persona,su perdida debe producir un intenso desazón.
No tengo ninguna experiencia similar.
Puede que pasado el tiempo su dolor se disipe y se encuentre creando besos,de los de verdad,para otra persona... ¿Tal vez un hijo? Nunca se sabe...
No conozco a Dora personalmente,o eso creo,pero si conozco a su confidente y amiga, Sara.
Cuando Sara te da un abrazo o un beso,lo sientes de los de verdad,y eso no pasa con todo el mundo.Con esa capacidad de transmitir cariño que tiene Sara,seguro que es un gran apoyo para Dora.
Un abrazo fuerte Sara,de los de verdad.Y por favor dale otro a Dora de mi parte.

Sara dijo...

Gracias, Cova.
Me han emocionado tus palabras. Esta entrada es muy especial para mí.
Un beso, un abrazo y todo mi cariño