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miércoles, 20 de julio de 2011

El lago de los cisnes




Me dirigí al auditorio llena de nervios. Hoy eran las pruebas para ingresar en la Compañía Nacional de Danza. El moño se me deshacía al correr, y el sudor empezaba a empapar mi camiseta. Me había excedido al hacer la bolsa: demasiados pares de zapatillas, demasiadas pinturas en el neceser, demasiados paquetes de cigarrillos...Eché a correr por la avenida obviando el sudor, había camisetas de repuesto en mi bolsa. No quería depender ni de coche, ni de autobuses, metro o tranvías. Hoy mi cuerpo lo era todo. Por el camino fui ideando coreografías con las canciones que salían de mi ipod. Suponía que me harían improvisar; mi especialidad. Iba confiada, pero también aterrada. Temía a las demás bailarinas y también me asustaba el nuevo director. Había dicho en prensa que buscaba bailarines versátiles, ni sólo clásicos, ni sólo contemporáneos, que tuviesen una buena formación y que deseasen experimentar con nuevos coreógrafos. Había dicho también que entendía los nervios que podíamos tener. Había algo en él que no me gustaba. Su envaramiento no era el normal de los bailarines; era la altivez del cargo asumido. Su aparente timidez no me resultaba creíble, pura pose de primera bailarina. Llegué al auditorio una hora antes. Medio millar de moños se agolpaban en las puertas. Comencé a ver caras conocidas. Compañeras de barras y vestuarios y de cientos de pruebas. No era momento de cortesías, sólo concentración. Subimos por la escalinata a una de las salas donde apresuradas cogíamos un sitio donde estirar y terminar de arreglarnos. Tuve que volver a hacerme el moño; recogí el pelo en una trenza con forma de espiga que enrollé tres veces. Me puse un moño alto, ni muy clásica ni muy contemporánea. Los ojos los marqué con raya negra y con un poco de laca fijé mis cejas rebeldes. No escondí mis pecas pero sí marqué los pómulos con un poco de colorete. Les di también cierto rubor a mis labios. Malla negra de licra con la espalda descubierta, medias también negras con costura trasera que me llevó un buen rato colocar recorriendo mis piernas, zapatillas viejas.
Entrábamos de diez en diez. Estiré hasta que llegó mi turno, me puse en puntas y noté cómo una de las heridas de mis pies empezaba a sangrar. Entré en la sala. Allí estaba el nuevo director y sus asistentes, todas mujeres. Reconocí a alguna profesora del conservatorio. La primera prueba fue con el piano. Nos marcaron unos pasos. Técnica pura. No sé qué harían porque sólo miraba mi reflejo del espejo y la mancha de sangre que estaba empezando a calar las zapatillas. Terminada la prueba y casi sin transición llegó la improvisación; no pude evitar sonreír al empezar a oír la música; me encantaba. Noté una mirada reprobatoria del director y ahí me empecé a hundir. Entró en mí la inseguridad, llegué a pensar que me iba a echar de la sala. Comencé a bailar y a transmitir mi ansiedad. La música finalizó y nos mandaron salir dándonos las gracias. Había que esperar hasta el final de la mañana para saber quiénes serían los cinco admitidos. Cuando atravesaba el umbral de la puerta oí decir: -limpien esa mancha de sangre del parquet. Miré mis pies creyéndolos ensangrentados y lo que vi al bajar la mirada es que toda yo estaba abierta en canal. No era la primera vez que me pasaba cuando me entregaba. Abierta en dos mitades, recogí mi bolsa para irme sabiendo que no había sitio para mí en una compañía que busca máquinas.

No me equivoqué.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

"Hoy mi cuerpo lo era todo". Genial. Me reconozco en el texto cuando oposito. Besos

Marie dijo...

Sangre. Humana eres.

Sara dijo...

Hola,

Jojoaquín, nos pasamos la vida a prueba; qué horror. Muchísima suerte para las tuyas y gracias por tu comentario.

Mariette, demasiado...
Gracias también por seguir aquí.

Un beso

La Dame des Coquelicots dijo...

Preciosa película, toda una obra de arte. ¿Existe la perfección?

Sara dijo...

Creo que sólo por efímeros momentos.
Gracias .