
Se alojaba en un hotel junto al mar. La habitación era moderna pero mantenía el papel de las paredes de una época pasada. Se acercó y con su frágil uña pero larga lo rascó. Bajo aquel papel de tonos irisados emergía otro. Volvió a rascarlo y bajo aquél, otro asomaba. Repitió la operación y ocurrió lo mismo: debajo del tercero se intuía un cuarto. Su uña iba almacenando los distintos fragmentos. No paró. hubo un quinto, un sexto y al fin tocó pared. Ahí se afanó y clavó sus otras tres uñas. Sus dedos se movían rápidos despejando todo resto de papel. Quería encontrarlo, descubrirlo. Pasados unos minutos, había horadado parte de la pared; sus uñas estaban rotas y respiraba ansiosa. Acercó su cara al agujero; primero su oído, luego su ojo derecho y finalmente su boca. Entonces recibió la humedad en sus labios.Sin apenas reparar en ello se encontraba allí pegada. Pegada. Dejó correr el tiempo sin prisa por apurarlo y cuando se sintió desvanecer notó que el agujero donde se acomodaban sus labios se iba cerrando. Se apartó bruscamente y lo que había sido humedad se convirtió en sequedad. Sus labios se agrietaron como si se hubieran convertido en pared. Se llevó la mano a la boca y la piel se había convertido en papel. Papel pegado.